febrero 17, 2010

La confidencialidad

abriendo latas

La confidencialidad es el deber que le cabe a todo psicoanalista de no hacer público, ni públicas, las declaraciones expresadas por sus pacientes. El psicoanalista tiene la enorme habilidad de contribuir a transformar conductas, pero también debe poseer la extraordinaria capacidad de ser el portador de secretos. Nada ni nadie, puede forzar o autorizar, al psicoanalista a revelar aquello que le ha sido confiado en la intimidad del consultorio. La confidencialidad tiene el peso de una ley, y como toda ley, debe ser cumplida. Un buen psicoanalista deberá poder atenerse a esto. La construcción y la elaboración que el analista logre en el trayecto de la cura con sus pacientes, será en todo momento, inaccesible a todo aquel, que no sea el participante directo del trabajo psicoanalítico. Las crónicas verbales de los pacientes, deberán permanecer en la más absoluta reserva. Lo dicho por el paciente, su obra y su decir, quedará en la mente del analista y si las características del paciente lo permiten, también serán alojadas en su propia mente. Pero nunca deberá alojarse por fuera de allí. El material de un paciente, ya sea éste, docto, humilde, célebre o público, nunca deberá salir de los límites del consultorio. De allí, residirá la confianza de los pacientes en su analista. Con frecuencia, muchas analistas, con el pretexto de la "transmisión" del psicoanálisis, exponen el material de sus pacientes en artículos o libros, alterando el nombre propio del paciente (como si eso preservase al paciente...) pero ajustándose detalladamente a la vida del paciente cuando relataa el caso. Esto "descubre" la vida de ese paciente en público. Esto, en un sentido estricto, está mal. No es ético, porque ese analista al "descubrir" la vida de su paciente en público, muchas veces, para un beneficio personal, -ya sea de exhibición profesional, búsqueda de reconocimiento o popularidad- no cuida lo que debe ser cuidado: la intimidad de una persona, que no es cualquier persona: es un paciente. Es "su" paciente. Usar a los pacientes para usufructo personal, aún con la complacencia de ellos, es intrusivo y abusivo. Es una versión deformada y desviada de lo que se espera de la práctica de un profesional responsable e idóneo. Un buen psicoanalista debería poder dar a entender, incluso al paciente solícito, que se ofrece a contribuir con su "sintomatología" para la escritura de algunos de sus libros, artículos o textos, que su vida no es pública. Poder decirle eso a su paciente también contribuye a curarlo. Un psicoanalista no debe pretender que su paciente sea soporte de su juego. Caso contrario, ese psicoanalista, no estaría haciendo una buena transmisión de su práctica profesional. Estaría transgrediendo los valores y los objetivos fundamentales del psicoanálisis. No se puede hacer cualquier cosa con los pacientes. El psicoanalista debería poder contentarse con ayudarlos en la intimidad de la privacidad del consultorio. Perder la reserva profesional y ofrecer al público el padecimiento y la sintomatología ajena, produce efectos en su paciente. No sólo lastima y agrava el malestar del paciente, sino que además, manifiesta, como el analista en cuestión, ventila sin pudor a sus pacientes. Los buenos analistas, deberían poder limitar la enfermedad, de aquellos otros analistas, que se mueven por el mundo, con límites tan imprecisos. La transmisión del psicoanálisis es necesaria. La confidencialidad, también lo es. En consecuencia, será importante, que el psicoanalista distinga, qué será interesante poder decir y que será indispensable decidir callar. Saber poner el acento, allí, donde hay que ponerlo, es una exigencia cotidiana, de todo buen psicoanalista.
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