
Tampoco es idílica.
Las hay vulgares, groseras, incapaces, chabacanas, grotescas, agresivas, violentas, autómatas, invasoras, estrechas, privadoras, deformantes, incurables, despreciables y perversas.
Familias con estas características buscan complicidad, consentimiento y servidumbre en sus integrantes, obstaculizando el desarrollo individual y provocando un visible y progresivo deterioro educativo y cultural.
Estas familias exigen a sus miembros el cumplimiento de varios mandatos:
1) Repetir incesantemente lo mismo.
2) Cumplir sin cuestionar los preceptos, tradiciones y prejuicos enseñados.
3) Abstenerse de aspirar a la autonomía personal.
4) Mantener la estructura familiar sin alterarla.
5) Ignorar los conflictos conscientes e inconscientes.
El Psicoanálisis, frente a este tipo de familias, tan poco sagradas y más cercanas -por sus alienantes dificultades- a un espacio tormentoso y demoníaco, tiene mucho para brindar. Es eficaz con aquellas personas que quieren independizarse de sus familias de orígen, contribuyendo, de este modo, a establecer a través del amor y la comprensión, la sana diferencia.
El Psicoanálisis opera a modo de una "familia saludable" que identifica los conflictos y trabaja para estimular la capacidad intelectual y emotiva, las fortalezas, las destrezas, el entusiasmo, la integridad, la confianza y la creatividad, de aquellas personas, que por su pertenencia a una familia enferma, han aprendido a someterse a las intrusiones y demandas familiares, y que si bien quieren salir de allí, no saben cómo hacerlo.
El Psicoanálisis estimula la autonomía individual y distancia a las personas de los flagelos enfermantes.